El 17 de septiembre falleció mi mejor pájaro, El Pavo. Sentarse con él colocado en el tanto, era faena segura, con o sin tiro, pero te regalaba un buen concierto.
Me obsequió con el mejor puesto de mi corta experiencia cuquillera. Con el agua golpeando el paraguas intensamente, él no dejaba de intentar atraer una hembra que había oído en la lejanía. Un puesto emocionante; deseabas levantarte del banquillo para corroborar que estaba recibiendo mientras me retiraba del rostro, aquellas gotas de agua que se colaban por los huecos que el parágüas no cubría. Esos puestos no se olvidan y mucho menos una jaula así.